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        A MI AMIGO ZORRILLA

Quiero cantar, porque mi canto esperas;
Quiero cantar, porque tu canto ansío;
Mas ¡ay! me ahoga entre sus garras fieras
Un monstruo atroz, que en combatir porfío.

Tú, que cuentas con voces peregrinas
Misterios de las fuentes y raudales;
Del eco que se aduerme entre ruinas;
Del aura que suspira entre rosales:

Tú, que descifras los arcanos graves
Que anuncian en la noche las estrellas,
Y explicar sabes flébiles querellas
Que dan al viento enamoradas aves:

Tú, cuyo acento esparce a su albedrío,
Perfumes de los nardos que florecen,
Y hálitos de los silfos que se mecen
En las trémulas perlas del rocío:

¡Bardo oriental, de infatigable aliento,
Que evocas ante ti la edad pasada,
Y das con el poder del pensamiento
A la ilusión verdad, vida a la nada!

¡Dime! ¿tu genio alcanzará el secreto
De hacer cambiar la condíción de un alma,
Que ardiente siempre, en su cansancio inquieto
Quiere en la eterna agitación la calma?

¡De una alma al par incomprensible y loca;
Que siempre en pos de una ilusión delira;
Que en su anhelar codicia cuanto mira;
Que en su desdén desprecia cuanto toca!

De flaqueza y poder conjunto extraño,
Ama lo eterno y de mudanzas vive;
Al mal acoge cuando al bien concibe,
Y ansiando la verdad sigue al engaño.

Cuando sus alas la ambición desplega
Al infinito intrépida se lanza;
Cuando a encogerla el desaliento llega
Ni el tiempo breve a soportar alcanza.

¿Qué pide, di, su aspiración eterna,
Con estéril ardor siempre impotente?
¿Dónde tendrá reposo el ansia interna
Que no halla objeto ni solaz consiente?

Cayendo en sus abismos de deseo
El universo un átomo sería;
Mas sin gozar cansada se desvía,
Y un nuevo anhelo en su cansancio veo.

Siempre anhelando está, siempre esperando,
Y su misma esperanza la fatiga,
Y cuanto encuentra ansiosa devorando
Nunca su sed de posesión mitiga.

¡Y llega al fin el infecundo hastío!...
¡El monstruo burlador que al genio apaga!
¡Abre su diente inmesurable llaga!
¡Llena su aliento el eternal vacío!

Con férreos brazos, como nuevo Anteo,
Se enlaza al alma, con su esencia se ata....
¡Cual el buitre inmortal de Prometeo
La devora sin fin; mas no la mata!

¡Ven a mí, ven a mí, cantor sublime,
Si alivio tienes de infortunio tanto!
¡Lanza al monstruo voraz, mi alma redime,
Y del tuyo rival será mi canto!

Mas sino puedes ¡ay! si tedio, y duda,
Y perenne dolor forman mi suerte;
Deja rota mi lira, mi voz muda,
Tibia la mente, al corazón inerte.

¡Pero aduerma mi mal tu arpa divina,
Apagando los ruidos mundanales,
Y pinta otra existencia peregrina
Con tus ricos colores orientales!

            * * *

Yo al escucharte, mecida en alas
Del genio hermoso de las quimeras,
De tu Granada  veré las galas,
Bajo el ramaje de sus palmeras:

Y del Alhambra  desiertas salas
Veré que pueblan sombras ligeras,
Mientras al cielo tu canto exhalas,
Y va la luna cruzando esferas.

Luego en pos tuya, por los vergeles,
Entre arrayanes, mirto y laureles,
              A tu Moraima  pura
              Diré el secreto
              Que el céfiro murmura
              Volando inquieto;
              Y en torno flores
              Se abrirán al suspiro
              De tus amores.

              ¡Vate armonioso!
¡Por solo un eco de tus cantares,
Que placer vierten tan misterioso,
              Yo te daría
Las perlas todas de índicos mares!
'Las flores todas de Andalucía!

Julio de 1850

autógrafo

Gertrudis Gómez de Avellaneda


Nota de la autora:  Esta composición fue escrita acabando de leer su autora algunos cantos de poema de Granada (que su amigo el Sr. Zorrilla tuvo la galantería de confiarle antes de su publicación) y en cumplimiento de la promesa que se habían hecho ambos poetas de dedicarse recíprocamente una epístola en verso. En las últimas estrofas de la presente, la autora ha imitado una de las notables combinaciones métricas inventadas por el cantor de Granada en su bellísimo poema en la composición que sigue a esta ha imitado también los giros dados por aquél a sus serenatas orientales. Los versos a que nos referimos, y que verá el lector a continuación, dejaron tan poco satisfecha a su autora, que son desconocidos hasta del célebre poeta que les prestó causa y modelo en los admirables versos a que sirven de contestación. Corregidos posteriormente han sido destinados a llenar una pagina de este libro, en pública muestra del alto aprecio y afectuosa amistad que merece a la autora de dichas estrofas el ingenioso inventor de tan armónicos versos.


Poesías de la excelentísima señora Dª Gertrudis Gómez de Avellaneda (1850)  

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